No puedo dormir. Siento que se me enfría el “alma”. Mi pareja ha dado positivo. Yo no me he contagiado. Me pregunto qué sinsentido es éste. Él duerme plácidamente mientras yo le doy vueltas a la cabeza sin llegar a ninguna parte. Estábamos a punto de divorciarnos. No tenía ninguna amante ni discutíamos ni había fricciones entre nosotros. Sin embargo llevaba meses sin besarme y, aunque al principio yo busqué sus labios, dejé de tratar de robarle una caricia, un abrazo, un “Te quiero”. Parecía estar triste y yo deseaba que compartiese conmigo su tristeza, pero él no podía ni quería hacerlo. Ahora la situación ha cambiado. Me necesita. Sin embargo no quiere pedirme nada. Permanece recluido en el dormitorio, tumbado en la cama, entre aquellas sábanas en las que tantas veces nos amamos. Todos los días le preparo el desayuno y al cabo de media hora lo retiro intacto. Pruebo con el almuerzo, la comida, la cena, ni siquiera agua… nada. Le hablo, le formulo preguntas elevando el tono de voz. Ni siquiera contesta. Le lanzo algún reto para que juguemos al ajedrez de manera virtual, espero y no hay respuesta. Pongo música, nuestra música, nuestra canción y tampoco reacciona.
Decido entrar en la habitación. La cama está vacía. Empiezo a marearme, incluso siento náuseas. No entiendo nada. ¿Se marchó sin decirme nada? ¿Cuándo me abandonó? ¿Ayer, hace una semana? No recuerdo nada. ¿Todo ha sido un delirio? ¿Una alucinación? Grito, aúllo en esta noche sin luna. Trato de recomponerme. Sí. Me seguiré mintiendo. Ahora es el momento adecuado. Salgo del dormitorio y como si él estuviese todavía allí sigo llevándole comida, agua, zumo, café… Sé que todo esto es ridículo, absurdo, pero ni hoy ni nunca pretendí ser una persona con el corazón de hielo. Eso es peor que estar muerto.
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