16 de enero de 2022

Nubes de papel


Te crees que eres alguien con un cigarrillo en la mano, con lo más frívolo y superficial de la vida. Sólo es una pose que te transmite seguridad en ti mismo, un toque de elegancia, una apariencia chic, pura presunción… Podrías llevar en la mano un bolígrafo Faber Castell de madera o un Bic de color rojo (pincel tintado de ráfagas de Sol), anotar pensamientos vacuos o profundos en una hoja arrugada o bien planchada, podrías lucir un pin con la bandera de la República o una corbata rosa (como los modernos de ahora que también se embuten encogiendo la tripa en un traje que no abrocha), pero no crees en los ideales de la República y de las modas sólo escoges aquellas que te “sientan” bien. Esa pava que te cuelga de la boca llena de saliva te asemeja a un adolescente desaliñado que les roba cigarrillos a sus padres y que se viste a diario con ropa heavy (y los hay de “corazón blandito”). Tú te guardas, como haría él, en el bolsillo hasta la última “calada”. El aire que flota en el interior de los bares ya no se perfuma con hojas de tabaco. En ningún garito se puede respirar esa irrespirable fragancia dulzona de antes (ni siquiera cerca del baño). No te importa. En todo lo demás eres exactamente igual al resto del mundo. Vas al gimnasio, aprendes chino, mejoras tu inglés, viajas alrededor de ti mismo, disfrutas de la tecnología punta aunque no quieras aprender más informática que la estrictamente necesaria para trabajar, tu despacho no tiene ni una sola nota de color, ni el mínimo detalle que delate quién eres tú. Eres un “currante” eficaz y te haces el “imprescindible” por si un día peligra tu puesto de trabajo y te ves en la calle sentado en el suelo como esa nueva generación de mendigos que lleva una cazadora acolchada que se compró en plena temporada, móvil y zapatillas de marca. Además eres puntual (fichas a las ocho y sales a las tres, tres y algo, tres y media…, según toque). No sabes muy bien a qué hora recuperarás tu “libertad” pero no llegas ni un solo minuto tarde. Eres rígido (rigidez espartana) y estricto.
Cuando paseas al borde de la calzada te burlas de los patinetes eléctricos que zigzaguean por el carril bici (te olvidas de que hace años te compraste una bici eléctrica por puro esnobismo cuando estaba de moda pedalear). Sí, a veces te ha gustado “provocar” o “llamar la atención” como alguien que se viste de gala, con traje de noche, para recoger un trofeo que no es para él.
Necesitas soñar con vaporadas perfumadas. Te gusta que huelan a menta con whisky, a manzana, a fresa o a cualquier “postre” bulboso y azucarado (como las que flotan en el aire de los restaurantes árabes con sus cachimbas o narguiles, sus pufs, sus cojines y sus tapices, o como las que exhalan los nuevos cigarros metalizados, esos cigarrillos electrónicos de líquido denso o fluido que algunos consideran el sustituto perfecto del pitillo). Con tu mentalidad geométrica disfrutas dibujando formas cúbicas o poliédricas en el cenicero, pero también a ti te seduce el olor a miel y a caramelo de los vapeadores. Antaño te disfrazabas de “intelectual” con esa pipa que parece que le da un aire bohemio, sonámbulo y sabio a los que embocan una boquilla de caucho o acrílico, o te las dabas de “gran señor” con un puro de la marca Davidoff… Pero no soñarás sólo con vapor, humo, vaho, brasa caliente, hoja quemada, sabor tropical… Yo te volveré irreal bocanada a bocanada, mientras inhalas y exhalas ese aire perfumado que hoy te relaja y mañana te exalta. Tu vida será pura ficción, una gran mentira, una falsa y tosca tragicomedia… Incluso sentirás que una cortina de humo desdibuja tu rostro y tu silueta y que te convierte en un ser volátil e ingrávido. En ese aire espeso cargado de veneno tu aliento vital se agotará lentamente, lánguido, jadeante y desfallecido.
Estás deprimido. Lo sé. Lo sé todo de ti. Te miras y no te ves, eres un espejismo reflejado en el espejo. No te gusta cómo te trato. “Eres mi personaje…”, te digo. “Flirtearás con todas las adicciones, no sólo serás un fetichista del tabaco, no amarás a nadie (que es peor que no ser amado), tu hálito será del color de la ceniza y del amarillo ambarino de una cerveza (no de una sola) y luego del transparente licor de los peores tragos… Tal vez intentes “desnudarte” delante de alguien pero ese alguien se burlará de tus “buenas intenciones” y te arrebatará el deseo de ser por una vez en tu vida un hombre auténtico, sin esa doble moral hipócrita que miente y te miente, sin falsedad, engaños y autoengaños. Le sonreirás al “idiota” de turno. Ni siquiera serás la apariencia de algo en esa cueva platónica en la que todo son sombras… Soñarás, torpe, lento, inepto, estúpido… con “ovejas mecánicas” como los “cabezas huecas” de Philip K. Dick (basugre de ciencia ficción), quemarás libros como el coronel Beatty en Fahrenheit 451, libros llenos de “poesía filosófica” o de “filosofía poética…” No permitirás que nadie viva y sienta a través de la literatura… ¿Cómo…?, ¿qué dices mirando hacia otro lado? ¿He oído algo de Unamuno o de Pirandello? ¿No, verdad?”. Niegas con la cabeza asustado y no es para menos.
Tendría que haberme detenido cuando oí aquel rumor de voces, pero en esos segundos en los que apenas pudiste ser tú mismo te pesaban los brazos como a un ángel caído las alas, parecía que tuvieras vértigo, tu cuerpo se desplomaba… Te faltaba muy poco para ser un cadáver.
Y seguí, seguí escupiendo bilis y dardos venenosos… Me dirigí a ti casi gritando:
“He trazado un camino para ti que te llevará al precipicio. Eres débil. No hay riqueza en tu interior. Eres un personaje plano. No tienes ideas, ni recursos, ni aptitudes… Más que bisutería barata eres pura chatarra. Tu cuerpo es una “escultura” petrificada, carbonizada. Tu rostro es un rostro hierático, inexpresivo. Tu lengua es torpe. Tu imaginación pobre. El sonido de tus palabras es lento y monótono. No inventarás palabras nuevas ni pintarás paisajes surrealistas ni podrás transformar una melodía melancólica en música popera o en rock. Hay otros personajes que podrán hacerlo pero tú sólo eres un personaje mediocre. Los otros, sí los otros, estarán dotados de una genialidad capaz de convertir la arena en mar y el mar en arena… En cambio tú, si fueras un animal, serías el escarabajo de Kafka. Ellos podrán llegar a ser delfines, estrellas de mar, caballos desbocados… En ti hay un “algo” indefinido. El sabor de tu boca no es dulce ni amargo. Ni siquiera agridulce. ¿A qué saben pues tus frases rotas y los besos que se quedaron pegados en tus labios? Tú también eres un “yo” despersonalizado, presa fácil de excitantes y de depresores. Y lo peor de todo. Tú serás tu droga. El último chute, el chute definitivo”.
Te observo y aunque estés vacío te puedo llegar a sentir. Percibes sensaciones extrañas. Intuyes que detrás de ti hay alguien que no te deja ser, que no te deja crecer como personaje, que te ha robado tu verdadera identidad. Pero no puedo permitirte que pienses. Te hago creer que no existo. Caminas ciego entre las sombras como los personajes de Saramago. Pero tu ceguera no es blanca ni lechosa. Tampoco te llevará a situaciones límite ni te conducirá a la barbarie… No, lo tuyo será mucho peor. Tú te ahogarás en un lodazal cubierto de musgo y de moho, verás esqueletos y calaveras rezando viejas letanías, y en tu delirio, hasta la Tierra estará muerta.
No los conoces pero estás rodeado de artistas de la bohemia francesa. No tienes “alma de poeta” ni tampoco te gusta imaginar naturalezas muertas, paisajes, siluetas humanas… Ni siquiera tienes la capacidad de imaginar. Ellos se sentarán a tu lado, desmembrados y descarnados, para ofrecerte nubes de humo y sorbos de un líquido embriagador que te desinhiba y altere tu estado de “consciencia”; tal vez un traguito de absenta. Hablan entre ellos. Ninguna obra (aunque la des por acabada) ha concluido. Lo artistas del pincel pintarán palabras y los poetas, medio sonámbulos, le aullarán versos a la Luna. No querrán perder su voz. Machacarán palabras rotas con el aliento entrecortado. Su macabra calavera todavía querrá hablar y contar la historia de una emoción. ¿Y su corazón? Vibró y estalló en jirones de papel o en una explosión de color. En cambio el tuyo dejó de latir antes de nacer incluso. Sientes frío en la piel. Es normal. Es el frío de la muerte. Tan sólo eres un ser abúlico y anestesiado, una momia. Si fueras un objeto en vez de un personaje de ficción serías un objeto decorativo, inútil, el capricho de un día… Tu pasado, tu infancia, tu niñez…, se rompieron. No eras un muñeco de plástico, eras frágil y quebradizo como la porcelana. Yo te arrojé al suelo. Todavía se pueden ver las grietas de aquel desastre interior.
Ahora cuando hundes tus ojos hacia adentro observas tu vacío existencial, casi como un abismo sin fondo, cada vez estás un poco más abajo. Has llegado al infierno, al inframundo y allí arde todo lo que fuiste; te convertirás en un recuerdo y nadie te echará de menos.
Te das por vencido y me obedeces. No podrás resurgir ni ser lo que nunca fuiste. Te he despojado hasta de la ilusión de vivirte por dentro. Si alguna vez has pretendido “ir más allá” te has engañado a ti mismo. Yo te he condenado al fracaso. La lucha termina casi antes de haber empezado. Te he obligado a renunciar. No has podido perseguir un sueño ni ninguna quimera. Tal vez no hayas soñado nunca con volar pero podrías haberlo hecho a pesar de no tener alas.
De repente das un giro y me buscas (no sabes que no puedes verme). Me has entendido mejor de lo que yo hubiera deseado. ¿Puedes volar? ¿Quieres volar? Tiene mucho riesgo. Para que no me descubras dibujo siluetas de aves rapaces y carroñeras, también de abejorros y de avispas asesinas en los azulejos grises del asfalto. Te zumba en los oídos un aleteo que no sabes muy bien de dónde procede. ¿De una alucinación? Te asusta lo que tus ojos ven, lo que un cerebro “enfermo” puede imaginar o es capaz de crear. Pero tú no eres un artista, no puedes imaginar más allá de lo que tus ojos ven o de lo que yo te hago ver. Te dices a ti mismo que necesitas “hacer vida social”. Algún psicólogo te lo ha “recetado”: “Relaciónate, que tu yo se pierda entre la multitud…”. Nadie te ha aconsejado que te relaciones con los libros. Algunos personajes con los que quedas los fines de semana no proceden de mi imaginación. ¿Quiénes son? Soy astuto y podría averiguarlo ahora pero prefiero que seas tú quien me los presentes. Seguramente la relación será corta y efímera, todas lo son, pero me bastará con recurrir a tu pasado reciente o a tu yo inmediato. Hablarás contigo mismo, me hablarás, les hablarás a ellos aunque no estén…
Reconozco a Rebeca, a Inés, a Charles, a Iván pero otros, apenas son una imagen pixelada o borrosa cuyos rasgos no distingo. Tal vez sean esbozos, bosquejos, personajes que nunca construí del todo… No. No lo creo. Siempre llevo impresa en mi memoria la huella de todos los entes imaginarios que formaron parte de cualquier texto mío.
Pareces alegre y locuaz (pura verborrea llena de tópicos y de lugares comunes). Decides acompañar lo que tú llamas “el peso de la vida casi en estado casi gaseoso” (el pitillo) con todo tipo de bebidas etílicas.
Al principio vomitas y tu rostro se empapa de un sudor frío (sudor etílico…). Eres un monigote, una caricatura, un esperpento que a pesar de quedarse dormido, de babear o de zigzaguear iluminado por la tenue luz de una farola no es mucho peor que antes.
El alcohol se infiltró en tus venas como un mal chute y empezaste a beber hasta en las horas muertas, cuando te aburrías, tenías un descanso en el trabajo, leías la prensa o escuchabas música. Con deleitoso placer paladeabas sorbos de néctar de color ambarino, pálido pero espumoso. También te fumabas algún porro de marihuana o de hachís a pesar de que la hierba te producía vacíos en la memoria. Una noche de mucha “juerga” dejaste que tus amigos te bañaran en litros de alcohol. Durante días tu olor fue fuerte y pestilente y no se podía entrar al servicio sin recibir una “bofetada” de aire fétido. Decidiste “hacer” en un orinal. Lo que antes te producía un agradable sopor y un flujo entrecortado de palabras ahora te impedía hacer uso de tu propio váter. “¡Menuda idiotez!”. Además tu estómago se había convertido en una esponja, como el de Pessoa. Para ti el mar ya no era agua, el mar era un inmenso fluido líquido cuyo oleaje te trasladaba a un paraíso en el que la consciencia naufragaba.
Luego llegó el amor a tu vida (sentiste con fuerza el arte de amar), tú que siempre habías sido frío e insensible, tú que nunca habías amado. Y créeme, es peor no saber amar que no sentirse amado. Ella era rebelde, transgresora y siempre que quería sobrepasar los límites de la cordura, de lo que es justo, idóneo y adecuado tú tratabas de frenarle: “Si quieres estar conmigo no cuestiones nada, no hagas preguntas, no pienses en voz alta, no te manifiestes… Vive calladamente y en silencio”.
Yo te hice formar parte de esa masa amorfa que se muerde la lengua. Para mí sólo eras un ser alienado que tampoco cree que existan formas de vida alternativa. Vivir así es más fácil o más cómodo al menos. No te conocía del todo. Aquella casa anónima y anodina que construí para ti se estaba llenando de grietas. Tus ojos brillaban febrilmente, como los de un loco. Tratabas de hallar algo donde no había nada, tan sólo por el placer de ir más allá de los límites de lo tangible… Quizá el cordón umbilical se estaba rompiendo, no sé…
Fuiste a través de ella demasiado tiempo. Te contaminó. Te prestó parte de su ser y te transformó. Yo no la creé así. Os pasabais todo el tiempo (más del que dura una emoción pasajera) hablando. Sólo podía escuchar susurros, murmullos, frases entrecortadas, ecos lejanos… Yo quería encontrar las llaves de la casa, sacarte de allí. No era una puerta blindada. Era una simple lámina de aglomerado. Hubiera deseado que no te quedaras a vivir dentro de ninguna mujer y menos de una mujer que yo no “diseñé” así.
Traté de tumbar la puerta unos días después pero ya no había puerta. Aquel mundo imaginario se estaba desvaneciendo. El espacio que ocupaba aquella casa ya no estaba lleno de libros sino de guías de viaje. Estaban subrayadas y con anotaciones a los márgenes. La letra no era mía. Busqué algún túnel o pasadizo secreto, pero dentro de la casa no había ninguno. Estaban dentro de aquellas ridículas guías turísticas. ¿Mi personaje convertido en un turista de la vida, en un extranjero, en un apátrida? Mucho peor. Ha huido, es un fugitivo, un desertor… Un demiurgo, un creador, nunca sabe lo que sus personajes piensan cuando está dormido. Y seguramente él pensaba que yo era demasiado cruel. Le estaba humillando constantemente. Me burlaba de él y de sus carencias. No era más que un bufón.
“No volveré a escribir…”, me dije, “… no para acallar los gritos de mi voz interior. No quiero robarle a nadie su libertad ni la remota posibilidad de que sea medianamente feliz. Yo sólo sé crear personajes trágicos, siempre situados al borde del precipicio, siempre náufragos, siempre perdidos y desorientados o, en alguna ocasión, risibles, bobalicones, puros payasos de circo. A éste ni siquiera le di un nombre pero estoy seguro de que se llamaba como yo”.

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