Te crees que eres alguien con un cigarrillo en la mano, con lo más frívolo y superficial de la vida. Sólo es una pose que te transmite seguridad en ti mismo, un toque de elegancia, una apariencia chic, pura presunción… Podrías llevar en la mano un bolígrafo Faber Castell de madera o un Bic de color rojo (pincel tintado de ráfagas de Sol), anotar pensamientos vacuos o profundos en una hoja arrugada o bien planchada, podrías lucir un pin con la bandera de la República o una corbata rosa (como los modernos de ahora que también se embuten encogiendo la tripa en un traje que no abrocha), pero no crees en los ideales de la República y de las modas sólo escoges aquellas que te “sientan” bien. Esa pava que te cuelga de la boca llena de saliva te asemeja a un adolescente desaliñado que les roba cigarrillos a sus padres y que se viste a diario con ropa heavy (y los hay de “corazón blandito”). Tú te guardas, como haría él, en el bolsillo hasta la última “calada”. El aire que flota en el interior de los bares ya no se perfuma con hojas de tabaco. En ningún garito se puede respirar esa irrespirable fragancia dulzona de antes (ni siquiera cerca del baño). No te importa. En todo lo demás eres exactamente igual al resto del mundo. Vas al gimnasio, aprendes chino, mejoras tu inglés, viajas alrededor de ti mismo, disfrutas de la tecnología punta aunque no quieras aprender más informática que la estrictamente necesaria para trabajar, tu despacho no tiene ni una sola nota de color, ni el mínimo detalle que delate quién eres tú. Eres un “currante” eficaz y te haces el “imprescindible” por si un día peligra tu puesto de trabajo y te ves en la calle sentado en el suelo como esa nueva generación de mendigos que lleva una cazadora acolchada que se compró en plena temporada, móvil y zapatillas de marca. Además eres puntual (fichas a las ocho y sales a las tres, tres y algo, tres y media…, según toque). No sabes muy bien a qué hora recuperarás tu “libertad” pero no llegas ni un solo minuto tarde. Eres rígido (rigidez espartana) y estricto.