Desde muy niña estudiaba sin parar para alcanzar el sueño más estúpido que una persona carente de tacto y de sensibilidad puede soñar. Quería ser médico, simplemente por poseer el título de Doctora, por la admiración y la veneración que supondrían sus sorprendentes descubrimientos que salvarían a la humanidad de enfermedades mortales, crónicas, degenerativas, incurables… El verdadero prestigio y reconocimiento (también el éxito y la fama) en el terreno de la salud no consistía en aportar más basura farmacológica, inservible y adictiva aunque la fabricasen los mejores laboratorios del mundo. Eso era algo muy común. La mediocridad de los profesionales de cualquier rama unida al deseo exclusivo de ganar dinero prostituyéndola y alterando su finalidad hasta transformarla en una práctica ruin y mezquina solamente procuraban lujo, confort, disfrute material, bienestar en lo práctico y superficial y, además, poder presumir de sus adquisiciones ante los demás que, llenos de envidia y de codicia, adoptarían una pose servil e incluso tratarían de buscar una amistad interesada y falsa que les permitiese disfrutar de su posición. Incluso también tendrían competidores o aspirantes a ello que no sólo querrían disponer de una fortuna muy superior a la suya sino disfrutar del victorioso placer (tan sádico como malsano) de verlos naufragar en la miseria y en la pobreza para erguirse como dueños y señores de sus vidas. Pero para Helena esto respondía a un anhelo intranscendente y exento de la grandeza de los investigadores que acumulan premios, méritos, honores y emprenden una carrera imparable hacia el éxito y la fama. Eran simples hombres de negocios que hubieran podido atesorar más cantidad de dinero a través de la Bolsa y de las finanzas. Mercadeaban con la medicina como lo haría un banquero. En sus “pobres y raquíticas vidas sin una vocación definida” no brillaban el talento, ni la inteligencia, ni la superioridad intelectual. No sumaban méritos para sobresalir, destacar y alcanzar distinción y reconocimiento dentro de la comunidad científica. No iban a pasar a la historia. No iban a ser eternamente recordados como dioses inmortales. Ella sí. Ella eclipsaría con su luz torrencial y volcánica a todas las estrellas menores que lanzaban un leve destello apenas visible y que tendrían que abrirle paso fuera cual fuera el lugar que ocuparan anteriormente. Su mente se adentraría en los grandes secretos y misterios de la vida y de la muerte para salir victoriosa con sus incuestionables y aplastantes certezas científicas. Disfrutaría de una situación privilegiada. Sería una adelantada a su tiempo. Sus ideas serían tan rompedoras que supondrían un cambio de percepción en la forma de entender la medicina. Crearía escuela y no habría posibles detractores que pudieran cuestionar siquiera sus teorías. Todo lo que ella expusiese se convertiría en dogma. El mundo entero se rendiría a sus pies.