Los dos habían sobrevivido a la misma tragedia. Aquellos cuerpos quemados, calcinados, asfixiados por el humo todavía permanecían vivos en su memoria como fantasmas del pasado. Los dos habían visto la mueca torcida de la muerte. Aquellos cuerpos sin vida reflejaban el vacío, la nada, la ausencia con la que tendrían que convivir. Había vencido, ella siempre vence, aunque te vaya dando pequeños plazos. También podrían haber sido ellos. Quizá hubiera sido lo mejor, pero no, Raquel y Luis tendrían que sufrir aún más cuando fueran conscientes de su orfandad.
Nadie escapa. Ningún ser encuentra la salida. La muerte afila los dientes y lo devora todo. Rompe cualquier relación, cualquier vínculo. También quiebra la mente de algunos. “¿Puede existir la vida sin la muerte?” se preguntaba a veces Raquel, “Al cabo de muchos años nos sentiríamos viejos, gastados, agusanados..., el cuerpo acaba pidiendo tierra. De todas formas no voy a formularme preguntas estúpidas. A cada paso huimos de ella, de la muerte, de la nonada, tratando de ignorar que está justamente al lado”.