15 de abril de 2017

El Tío Pelotas


Hoy es un día de lluvia. No voy a recurrir al topicazo de que los días de lluvia son negros y sombríos. A mí no me oscurecen el corazón. Estoy en sintonía con el cielo. Sin embargo los días diáfanos y luminosos me invitan a formularme la eterna pregunta: “¿Qué hago yo en este mundo?”. Me gustaría que lloviese durante días y semanas. Así mi consciencia sería un poco inconsciente al menos. Venancio y yo nos estamos tomando un café en un bar del Actur. A pesar del temporal Venancio fuma “bajo la lluvia”.
Yo también fumaba y de vez en cuando caía algún porrete. Ahora ni siquiera tomo comprimidos de nicotina. No sé por qué (o más bien sí pero prefiero que lo diga él) Venancio habla de la supuesta virginidad de la Virgen María, tiramos de los hilos y de repente así, como del sombrero de un mago, surge la historia del Tío Pelotas. Cada uno conoce una parte de la vida de aquel pelotudo. Además para Venancio la narración se interrumpe muy al principio. De lo demás sólo le han llegado noticias curiosas, extrañas, plagadas de imaginación. Yo nunca le he contado aquellas vivencias que compartimos. Venancio es algo disléxico. Por eso quizá se burla del vocabulario que utilizaba el Tío Pelotas cuando alguien importante iba al hotel para dar una charla o una conferencia. El director le encargaba acompañarlo a la sala, acomodarlo a él y a su público, instalar la alcachofa y los altavoces, traer agua y vasos, colocar las sillas..., pero, más de una vez, y eso casi le cuesta el puesto, no pudo evitar “saltar al ruedo” y ser un espontáneo. Iniciaba el mismo la presentación, se contoneaba, luchaba por ocupar un lugar destacado en la sala, llevaba el uniforme cambiado... “No hay que olvidar...”, decía Venancio, “...que el Tío Pelotas tenía un afán de protagonismo feroz. Su discurso estaba plagado de palabras altisonantes, solemnes y pretendidamente cultas. Las utilizaba sin conocer su significado y cuando añadía algún tecnicismo aún se hacía más evidente su analfabetismo”.
Venancio sigue hablando. Yo empiezo a rumiar cada frase que cae de su boca y me alegro internamente de la suerte que corrió el hombrecillo de la capucha gris (últimamente embutía su cuerpo rechoncho en un chándal con gorro que le daba un aire “deportivo”). De vez en cuando me dejo llevar y suelto alguna carcajada. Me sale espontánea y natural pero aun así intento desviar la conversación.
–Tú no sabes cómo era aquel adolescente tan pretendidamente humilde...
Asiento con un leve movimiento de cabeza.
–Lo conocí cuando era muy joven. Trabajaba de botones en un hotel de segunda. Aquel curro le venía como anillo al dedo. Daniel no era servicial, era servil. Quería ocuparse de todas las tareas a la vez, ser el multiusos, el multifunción, el para todo..., hacerse el imprescindible, vamos. Llegaba a extremos ridículos. Me contaron que un hombre de negocios se molestó porque le secó los mocos a sus hijos y le cepilló las hombreras y la corbata con un plumero. Solía hacer de felpudo hasta para el personal. A algunas abuelillas les daba lástima y soltaban alguna monedilla que él recogía con una reverencia.
–¿En serio? –La narración estaba tomando un cariz caricaturesco. Yo no conocía todos los detalles de su juventud pero ciertamente eran risibles. Aquel hombre podría haber representado la mascarada, la comedia burlesca o la sátira de cualquier autor con ingenio si hubiese sido actor.
–Tal vez –le sugerí sin creerme ni media palabra de lo que le insinuaba–, si hubiese tropezado con un hombre de mundo, con espíritu aventurero, inquietudes y sed de conocimiento y hubiera deseado imitarle o seguir sus pasos su vida hubiera cambiado de rumbo. Aunque no sé –ahora fui sincero–, lo único que hubiera hecho hubiera sido cargar con una pesada mochila, empujar el coche si no arrancaba y “mear gasolina”, pero, claro, Marlon, Marlon fue lo peor...
–Bah, imposible, de todas, todas. La gente que se hospedaba en el hotel sólo quería sol, playa, folklore, comida sabrosa, abundante y barata... Los guiris no se interesaban ni por la cultura española, ni por sus costumbres, tradiciones, raíces..., exactamente igual que ahora. Les bastaba una foto cliché. Pero, ¿y quién, quién era lo peor?, ¿Marlon, el jipi, el gurú?
A Venancio le habían llegado seguramente distintas versiones de aquellos años en los que se hablaba tanto de él.
Yo sabía que algunos comentaban que se había ido a vivir al Pirineo, a un pueblo deshabitado y que formaba parte de una comuna jipi donde fumaban hierba, comían tortilla con marihuana, se daban baños en la nieve, trabajaban de titiriteros pintados como clowns... Algunos añadían además que había un gurú o líder al que adoraban y que era medio sacerdote, medio curandero. Además él era quien probaba a los que querían iniciarse en aquella especie de secta, el que bailaba al son de los “soles de luna” (secundado por todos), el que adiestraba con la mirada a los perros lobo que llevaban, el que se acostaba con todas las mujeres de la comuna y también con algún hombre, el responsable de la contabilidad y de los tributos que exigía pero sobre todo el nexo de unión entre Dios y sus seguidores... Otros contaban la misma historia pero con variantes. En vez de jipis eran mormones, su libro sagrado era la Biblia, vestían trajeados y con un maletín, mercadeaban (como todos han hecho) con la religión, llenaban de mierda la cabeza de sus adeptos, festejaban ritos y celebraban ceremonias...
–No. Marlon fue un personaje un poco peculiar, inhabitual en hoteles como ése. Tuvimos que compartir habitación porque ninguno de los dos teníamos un euro. Intimamos un poco en la cafetería y nos hicimos pasar por hermanos. Marlon era menos que pobre pero tenía caprichos de niño bien. Siempre le pedía a Daniel que si un postre, que si marisco, que si una botella de cava..., y el Tío Pelotas se lo servía gratis y en una bandeja de plata. Siempre que podía se colaba en nuestro cuarto. Aunque había conocido a gente importante que daba alguna charla o conferencia en el hotel tanto intelectualismo le aburría. Él, aunque quisiese destacar por su “vasta cultura” no era amigo de los libros. Sin embargo Marlon pertenecía al mundo de la música y del espectáculo. Le impactaba el deslumbre de un artista en el escenario aunque Marlon, en este momento, sólo despidiese un brillo apagado. Es más, nunca fue ni de lejos una estrella. Fue un mediocre con algo de chispa y algo de suerte. Algunos lo conocían, un público minoritario pero su “fama” se estaba oscureciendo. A mí me gustaba su voz rota pero detestaba la inmensidad de su ego. Además era adicto a todo lo fumable, a todo lo inyectable, a todo lo que se pude esnifar, era también un pastillero, le echaba un montón de monedas a la tragaperras en busca de fortuna..., en fin, le tenía adicción hasta al agua. El pobre tipo necesitaba abstraerse de la realidad y agrandar su mundo con fantasías. Recuerdo muchos retazos de conversación e incluso se me ha quedado grabado a fuego su discurseo barato y súper interesado...
–Eh chaval, yo soy un genio de la música. Mi nombre artístico en Marlon Brey pero tú puedes llamarme Ricardo, que es mi verdadero nombre. Ya sabes que necesito que me mimen un poco, he grabado un single y he rodado un vídeo-clip y estoy entre depre e histérico..., No sé cómo van a resultar. ¿Qué tal un vinito rosado y caviar o angulas? Ni los somníferos pueden dormir mi ansiedad, apenas descanso, estoy rayado, buff...
Poco a poco fueron intimando. Yo sólo era un testigo mudo de su creciente “amistad”, ni el bufón era idóneo para alguien tan gastado y roto como Marlon ni Marlon era el ideal o el mito adecuado. Un día el cantante estaba ya tan deprimido y ansioso que apenas podía hacer otra cosa que taparse con las sábanas y no permitir que la luz le molestase. Sesteó durante media hora y se despertó casi gritando. Daniel estaba allí, como siempre, dispuesto. Le pidió que fuera a buscar oro en polvo al mercado negro. Se le veía dudar bastante. “Yo, pero..., correría mucho riesgo..., no te apures...”, “Aunque la gente, mi gente, no te conozca, no te va a confundir con un madero”.
En la cabeza del Tío Pelotas debían de agolparse muchas imágenes tétricas y espeluznantes, “navajas y cuchillos afilados brillando en esas noches, en las que no se sabe cómo, las estrellas se tiñen de sangre”. Seguro que veía el acero, y la punta de la navaja y hasta los dientes del cuchillo carnicero. O tal vez se imaginaba un revólver escupiendo fuego detrás de un tonel de gasolina. Daniel sopesó el riesgo que iba a correr.
–No sufras. Vas a tocar el cielo. Yo te recompensaré. Probarás el maná, viajarás a años luz del planta Tierra, ingrávido, ligero..., es flotar, tío, mearse en una nube, comer algodón, lamerse los dedos de vainilla y de otros sabores que no conoces: mágicos, sublimes, los más... Y además están mis chicas. Son todas alegres, divertidas y cachondas. Te ofrecerán generosas lamer su piel y morder su carne, ya verás, te correrás varias veces, aullarás de placer porque será una dosis de éxtasis muy alta para ti porque sospecho que todavía eres virgen...
Iba a introducir el tema de las cruces cuando Venancio se removió incómodo en su asiento, bajó los ojos y luego los levantó altivo y orgulloso...
–Ya sé que hace dos años me llevasteis a la desesperada a aquel..., prostíbulo. ¿Y qué hice yo? Saltar por la ventana metafóricamente hablando. No soy gay. Soy un hombre poco común. Sigo siendo virgen a mis casi cincuenta años. Odio el comercio de la carne, que los billetes huelan a sudor, a lágrimas, a flujo, sangre y semen. No soy ni quiero ser el típico cerdo que se mea en el cuerpo de una mujer. Lo que realmente me hace sufrir es que nadie me haya amado. Sueño, son mis sueños con una mujer: unas caricias nos llevan a otras, nuestros besos son cada vez más húmedos, rezumamos placer..., y cuando despertamos de esa noche tibia, tierna y cálida, nos levantamos y seguimos caminando de la mano.
Me parece que Daniel también hubiese seguido siendo virgen si no fuera por el tráfico de mujeres que se venden y se compran. No tenía cualidades. Si quería sexo seguramente tendría que pagar. Además, en lo referente a la afectividad y a las emociones, el Tío Pelotas siempre fue primitivo, elemental y muy básico. Yo creo que en el fondo era tan tonto que creyó que podría controlar aquellos viajes de ida y vuelta, ¿no? Porque se drogaría más y más...
–Bueno..., se fue convirtiendo en un títere movido por las mafias de camellos, prostitución, casinos... Pienso lo mismo que tú. Se movía compulsivamente como un botarate. No era consciente de que se estaba volviendo adicto a las drogas y al ambiente de la noche con su peligro, sus destellos acerados y su muerte.
Pero déjame contarte. Yo mismo lo vi. Aquella noche Daniel llevaría colgado del cuello un crucifijo de madera bastante grande. Sólo los amigos de Marlon lo llevaban. “Te servirá como un seguro de vida. Y aquí tienes el plano, el sex-show, la casa de enfrente, el callejón...., ¿ves? Sí, mi contacto estará detrás de varias columnas”.
No me alejé de él ni un segundo. Conocí a Charo y a sus chicas. Hasta vi cómo a Danielito se le embadurnaba el crucifijo de semen. Charo fue la eterna novia de Marlon. Más de veinte años juntos y él seguía enamorándola una y otra vez. Ella, a mí me lo pareció, era una mujer lista, tempranamente envejecida, con el pelo teñido de violín, camisetas de tirantes muy ceñidas y llenas de manchas marrones que imitaban la piel de una tigresa, era lo mejor: moderna, atractiva, progresista.... No sé cómo aquel idiota pudo jugar con ella prácticamente toda la vida. Te lo confieso ahora, yo la amaba secretamente. Charo, en más de una ocasión, emparejó a Daniel con un travelo haciéndole creer que se trataba de una dama. Iba muy meado pero aún con todo... Aquella noche se portó como una señora, como una madre. El pelotudo de Daniel topó enseguida con el contacto de Marlon. La cruz le delató, tuvo que ser eso, o la cara de inexperto, de principiante asustado, nervioso e incómodo con la situación. Cuando yo lo vi estaba como pasmado y con la piel muy pálida. Se había metido una raya, había bebido mucho y había mezclado el alcohol con pastillas. Estaba súper puesto. Una de las chicas de Charo era una niña casi púber que sólo se había prostituido una vez y que había vomitado de asco y de repugnancia. Se le veía tímida, inocente, ingenua. Pues a Daniel le gustó. Estaba totalmente encaprichado. Charo brindó por el primer ligue del Tío Pelotas y los dos vaciaron una botella de cava. Además le puso un regalo en cada copa. Tan puesto como estaba y con media pajita, la mano experta de Charo terminó enseguida con él, en unos minutos se quedó completamente dormido. La baba le colgaba del labio e incluso parecía dibujar en el aire algo parecido a una “pompa de jabón”.
Fue la primera vez que mientras el colgado de Daniel soñaba tal vez con que ya no era virgen y que estaba rodeado de musas y de ninfas cogí la mano de Charo entre las mías y traté de besarla. Algo leyó en mis ojos, estoy seguro, porque nunca fue mía. Los colegas de entonces se cachondeaban de mí porque, conociéndome y sabiendo lo que sentía, decían que ella me había puesto un precio muy alto, “Dejar de amarla”.
¿Y sabes? Aquella niña casi virginal, muy pura, dulce y tierna acabó una noche colgándose de una soga.
–Eso es terrible... Esta conversación... Vaya...
–Daniel no era como nosotros. Era un hombre tosco y soez. No tenía el corazón sensible. Sólo utilizaba modales refinados cuando tenía que servir a alguien distinguido. No, no había fantasía en su mente. Yo creo que no podía autosugestionarse y disfrutar de lo que se sugiere, de lo que apenas se insinúa, de lo sutil.
En mi caso ya de niño fui bastante delicado cuando descubrí mi cuerpo. Si de viejito encuentro a alguien que me guste sabré amarle a través de juegos amorosos inventados, cálidos, suaves y ardientes a pesar de rozarnos solamente la piel. Pero, bueno, Daniel era el típico hombrecito que se cree una bestia en la cama ya desde la primera vez. A todos nos quedó claro con el tiempo a pesar de las risas y el escarnio que tantas veces sufrió por “culpa” de Charo. Marlon se reía como “loco”. “Ni llegó a una pajita, ya ves”.
A pesar de todo Marlon me contó que llegó al hotel totalmente cambiado, con una energía y vitalidad desbordadas. Para Brey le duraban todavía los efectos del chute, iba como flotando, dando largas zancadas, “Puede que en sueños...”, se burlaba el roquero “...crea que ha estado con la niñita púber, que la ha sobado bien..., no sé”. Me comentó, él estaba en la cafetería del bar, que el director lo miró con cara de extrañeza. “Tal vez entienda de drogas...”, apuntaba Marlon, “Daniel tenía los ojos encendidos y brillantes. Además se le veía agitado, trabajando con más rapidez de lo habitual y con una torpeza inusual”.
El Tío Pelotas le pedía a menudo a Marlon que le cantase alguna canción aunque fuera bajito y a capela. El músico sólo tarareaba en un susurro y con la voz desafinada alguna letra facilona o algún estribillo pegadizo.
Una mañana me desperté bañado en un sudor frío. Mis propias pesadillas me asustaban y me sobrecogían. Llegaba a creer dentro del sueño que podía cometer un acto atroz y violento. Debían de ser las ocho de la mañana. Marlon no estaba en el cuarto. Pasaron las horas y no apareció. Me pregunté que si se habría pirado. El encargado de recepción me dijo que ni siquiera había pagado. Daniel estaba como enajenado. Buscaba a su ídolo por cada rincón del hotel y no daba con él. Ya de noche el Tío Pelotas me mostró un papel arrugado. Se lo había dado el portero. Marlon intentaba convencerle de que dejara aquel hotelucho y viviera la noche con él y los suyos. “Eres muy joven para pudrirte en ese antro. Además, qué haces trabajando de botones. Tú tienes talento, chaval, y seguro que un poco de oído para la música, para la buena música”. Daniel se fue con Marlon y no lo vi en mucho tiempo. Luego, como se podía imaginar, estaba siempre donde acaban los desgraciados del mundo. Cuando de noche paseaba por Conde Aranda, sin ánimo de nada, más bien como lo haría un turista de la vida, lo veía puesto hasta las cejas, bajando las escaleras de algún burdel y subiéndose todavía la cremallera del pantalón.
Al cabo de un tiempo lo vi llegar a aquel hotel de dos estrellas en el que todavía me alojaba. Por lo visto ya no tenía ni un euro. En su segunda etapa en el hotel trabajó de forma desastrosa: se confundía constantemente, derramaba el café a menudo, le contestaba mal a la clientela, ya no era amable, había perdido su eficacia, su aspecto físico, demacrado y enfermizo, causaba mala impresión, vestía su traje desaliñadamente, llevaba el pelo revuelto, bebía cantidades ingentes de agua..., el señor Cárdenas no tardó en echarle.
La vida, azarosa y caprichosa, nos unía y nos separaba. Al cabo de un año volví a verle.
Llevaba melena larga, piercing, tatuajes, una camiseta sin mangas cortada a tijeretazos. Le venía grande el papel de macarra. Parecía un tipo sin personalidad que se vistiese con ese disfraz. Daniel me contó, orgulloso, y con la boca llena de babuchas que iba a ser el batería de Marlon cuando estuviese de gira. “Yo creo que será fácil. Brey confía en mí. Con golpear un poquito bombos y platillos e ir subiendo el volumen, tan-tan, tan-tan...”, “Lo jodido es cuando se acabé la tournée. Entonces, si el graba en estudio, estaré en el paro y tendré que vivir de mis ahorrillos. He intentado trapichear, revender..., soy demasiado bueno, no saco nada en claro y la gente se aprovecha”.
El Tío Pelotas me dio una invitación para el concierto. Faltaban tres semanas. Me pasé por allí cuando llegó la fecha. Me extrañó que Daniel no fuera el batería, que estuviera de pie y un poco solo, como un anónimo, entre el escaso público. Me acerqué y le pregunté: “¿Qué pasa, chico, no tocas?” “No era tan fácil. Yo no tengo estudios de música ni de nada. Mi única formación fue la del hotel. Hice algunas pruebas en el estudio en el que ensayaban y aquello sonaba fatal. No estoy enfadado. Marlon y yo seguimos siendo amigos. Además él y su orquesta no sirven más que para machacar los oídos. Suenan fatal, como a lata, hacen ruido, mucho ruido, un ruido estridente y casi insoportable. Yo estoy aquí para ver si Marlon me pasa un poco de costo”. En raras ocasiones, cuando paseaba por la calle San Pablo, algún borracho (de esos que duermen en la calle y que beben de garrafa) me contaba que Daniel iba pidiendo limosna y robando. La verdad es que la gente lo odiaba y hablaba mal de él pero lo que más detestaban era el hecho de que con su carne blanda (sin fortaleza ni carácter) se hubiera metido a representar el papel de antihéroe y que inevitablemente abusase de los demás para seguir actuando (era un mocoso en terreno de aguas pantanosas que, para salvarse, hundía a todo el que podía). Aquel borracho me decía, con cara de asco y de repugnancia que el Tío Pelotas le había sacado todo el dinero a su vieja “...y ella está enferma, padece de una demencia vascular. Ha arramblado con todo y hasta ha vendido las bagatelas que guardaba en su casa. Y ella no se ha podido defender: ausente, abstraída, con un deterioro importante..., una víctima más de ese cerdo. Qué mierda, qué cabrón... Si te viera ahora te robaría la cartera, el reloj, ese anillo y hasta el cordón de los zapatos. Danielillo es un delincuente de poca monta. Cuando consigue hacerse con una alhaja enseguida la cambia por un saquete diminuto de cocaína o de heroína. Por eso, por su poca habilidad para negociar y por su idiotez mental se ha endeudado con traficantes y camellos y esos, tío, tienen ‘mal carácter’”.
Yo seguía paseando y siempre de noche por las calles más oscuras, peligrosas y sórdidas de Zaragoza. Quizá se debía a que no me importaba morir de una cuchillada, tal vez lo deseaba. Preguntaba por “aquel niño macarra” y nadie me sabía decir.
Un día me atreví a subir al prostíbulo que regentaba Charo. Me apetecía verla y charlar con ella. Aunque seguía amándola no podía aspirar a más. “Aquí muchacho se viene a lo que se viene, no recurras al tópico de la prostituta confidente”. Poniendo como excusa al Tío Pelotas conseguí arrancarle unas palabras (y cómo me sonaba su voz). “Una noche vino aquí. Se había convertido en otro rarito como tú. Ya no buscaba sexo. Venía a redimirnos. Esos amantes de Dios y de la transcendencia le habían lavado el cerebro.
”Trabajaba gratis. En Remar o en Reto no, allí sólo se dedican a vender pingos en naves destartalas. A Daniel le buscaron un ambiente más natural. Cultivaba la tierra, hacía ejercicio, se fumaba algún cigarrillo que otro para compensar..., estaba en una especie de albergue, rodeado de naturaleza. Lo que le jodió otra vez fue su servilismo. Se hizo muy amigo del Padre Damián, director del centro. Enseguida se prestaba a hacer favores y a ayudar hasta en lo que no se necesitaba ninguna ayuda. Además cumplía perfectamente con los deberes. Allí cada miembro del grupo que fuese visto metiéndose un chute tenía que ser acusado delante de todos, en reuniones y asambleas. Además también había que llevar una lista. Por lo visto Daniel ya no se metía mierda y se chivaba de todo. ‘Gracias a él’ dos usuarios del centro Alonso Quijada habían sido expulsados. Danielito estaba en todas partes, tenía como siempre el don de la ubicuidad y trabajaba duro sobre todo para resultar simpático y útil. A mí me lo han contado, pero guárdame el secreto, unos tipos duros a los que Daniel acusaba en público de drogarse demasiado a menudo le odiaban profundamente. Urdieron un plan. Un día le obligaron a escribir un documento en el que se despedía del mundo y de la gente que había querido. En plenitud de facultades mentales había decidido quitarse la vida. Después le inyectaron una dosis letal de heroína; así todos creerían que había decidido suicidarse con un buen pico, con una sobredosis.
”Todo lo demás es pura leyenda. Otra cosa. Te veo medio enamorado de mí o de alguna pupila mía desde hace mucho tiempo. Aquí se practica sexo, no se ama. Tenlo en cuenta la próxima vez”.

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