11 de mayo de 2014

La fisonomía de lo inútil


Mientras estudiaba Graduado Social hacía cálculos sobre un posible negocio de artesanía. De tarde en tarde y de noche en noche afilaba las llamas de sus dedos como cinceles de ebanista, su tacto se volvía sensible y sensitivo y sus manos bailaban sobre teclados de madera. Cuando salió de la facultad fue a un psicólogo: “¿El mundo de los sueños existe?”, “Descúbrelo tú mismo”. Se buscó un socio con cara de comercial para abrir el negocio hacia afuera y en un sótano fue apilando listones de madera: boj, roble, pino, álamo, tallo seco... enchufaba la casete y mientras el socio silbaba canciones en el piso de arriba una gran orquesta de instrumentos de cuerda se dibujó en su mente. Pronto los listones adquirieron formas curvilíneas, filigranas de detalles, esculpidos metafóricos, grabados indecisos, fantasmagorías de esa noche eterna en la que los sonidos aúllan en forma de gemido. Los primeros compradores eran iconoclastas de la musicología y de la musicoterapia, admiraban el caprichoso prodigio de unos instrumentos que soñaban la música en su vientre redondo, dormida tal vez con los brazos cruzados y en posición fetal. Eran el decorado perfecto de un museo de partituras imposibles e inútiles. Pero, ¿y las cuerdas, las clavijas, las púas, el cuerpo que diese resonancia? Aquel muchacho había ideado una maravillosa orquesta de formas y contornos juguetones y delirantes pero sin que pudiera vibrar en ella ni un solo ritmo, ni un arpegio, ni una fuga, ni un coro. Entre la alucinación y el espanto deshabitaron el sótano, aquello era invendible. Tan solo algún interprete o virtuoso podía descifrar o codificar un nuevo lenguaje que se adaptase a aquellas sombras indefinidas, corpóreas, sí, pero sin alma de sonido. El comercial con mucha labia y mucho marketing consiguió que se desprendieran de la mercancía en una tienda de diseño. Los precios no fueron muy altos. Ya no quiso saber nada más de las chifladuras ornamentales de ese ebanista de muebles imaginarios, él quería vender productos reales y prefabricados con todo tipo de tecnología aplicada y matemática pura. El artesano de ensueños dejó la madera y los espacios amueblados y se dedicó a gestionar fincas. En una de ellas descubrió a un aburrido millonario que fumaba cerillas en vez de cigarrillos. Le mostró su catálogo de muebles artesanos, de instrumentos imposibles y de fantasías ilusionistas. Quedó prendado del hechizo y tras transformar su casa de ambientes irreales y asimétricos en una pura visión de espejismos y apariencias estéticas le propuso trabajar con él para llenar espacios de bolsas y subastas donde chiflados del dólar sintiesen en la oquedad de su vacío la necesidad de acariciar una forma imposible pero cierta.