Rubén Darío defendió la sensibilidad decadente y el mensaje del simbolismo en sus ensayos de 1896-1905 con el título de Los raros. Destaca su admiración por Verlaine, Villiers de L'Isle Adam, Richepin, Moréas, Rachilde, Paul Adam.
Con el término raro se designa a personajes extraordinarios, poco comunes o frecuentes, singulares en su clase o especie, insignes, sobresalientes y con propensión a singularizarse y a ser extravagante de genio.
Este libro sigue la estela de Los poetas malditos (1883). Ilustra el concepto de maldito con ejemplos como Corbière, Rimbaud y Mallarmé.
Acercarse al malditismo, según Luis Antonio de Villena, es considerarlo como un mito heterodoxo de la modernidad. El maldito se define como un mito romántico y contemporáneo. El maldito y el perdedor tienen cosas en común pero no coinciden del todo. Asumen los valores contrarios a la sociedad dominante. Los malditos son personas insatisfechas con el bien; el heterodoxo, el maldito aspira a otra sociedad del bien que es la del mal.
Debemos considerar al maldito como una persona que se coloca frente a los valores establecidos en su manera de escribir y concebir el mundo, no como un ser marginal, de alcantarilla.
El gran padre, el poeta contemporáneo, que exalta el mito del malditismo, es Baudelaire, autor de Las flores del mal. Este autor reivindica el mal como una forma de constatar el fracaso del bien. pero el maldito no es sólo un mito contemporáneo. Podemos atestiguar su existencia en artistas como Caravaggio o los infiernos y paraísos relatados por Dante y retratados por El Bosco. Ya en la Edad Media se habla de la danza macabra de la muerte versificada por Villon.
Un hecho habitual de los considerados malditos es la seducción del abismo donde destaca no sólo el deseo de morir sino de reconocer la sima oscura que todos tenemos. En la actualidad el malditismo aparece en tres momentos fundamentales de la cultura contemporánea. El primero, el surrealismo (Lorca, Buñuel, Alberti, Breton), es un movimiento que intenta una gran desobediencia contra la sociedad del bien. El cine, los movimientos de protesta en California, las revueltas europeas de los años sesenta, integrarían el segundo momento. El rock y los sucesivos momentos estéticos, como el punk encuadrarían el tercero. La conclusión es que la sociedad del bien sólo admite dos maneras de vivir el mal, la juventud desocupada y el artista. Tres ejemplos serían Paul Bowles, Burroughs o Lou Reed, solamente aceptados en el sentido de que son excepciones; cuando el malditismo se ve imposible, aparece el segundo mito contemporáneo, el del perdedor.
El mito del malditismo no es más que el mito del fracaso del bien; los mitos contemporáneos son mitos del fracaso.
Los malditos han sido gente en busca de la libertad. También existe un tipo de malditismo institucionalizado que permite que vaya en contra de la sociedad, siempre y cuando sea minoría y artista porque son como una decoración, como Dalí.
Dos ejemplos de verdadero malditismo serían Juan Goytisolo y Leopoldo María Panero siempre marginales de cara a la sociedad.
Hasta el siglo XIX el artista había sido una criatura decorativa de la sociedad, un dios menor en que las aristocracias creían. Tras la Revolución Francesa el artista y el poeta se sienten incómodos en las nacientes sociedades burguesas que no necesitan de ellos para nada, aunque, nostálgicas de lo que han derruido o derrocado, aún continúan o creen continuar unas vigencias artísticas y se obligan a un gusto por lo estético que no es sino un simple mimetismo. En el siglo de las revoluciones sociales e industriales se da cuando el artista se encuentra declaradamente al margen de la sociedad sin rostro. Esto dará lugar a dos actitudes contrapuestas. por un lado, el creador que quiere reabsorberse en el orden nuevo, que se siente ganado por la mística de la máquina, la política y la sociedad.
Converso de conveniencia o buena fe, este artista dará lugar a lo que se ha llamado arte burgués, dentro de este arte conviene destacar el neoclasicismo, la pintura impresionista, la música de Strauss, la literatura y el teatro de costumbres.
Frente al arte converso está el arte rebelde (Larra), que tiene como situación límite, como tipo frontera, al poeta maldito. Se trata del artista que decide hacer su arte contra la sociedad o al margen de la sociedad. Esta distinción, “contra y al margen”, genera a su vez dos familias de creadores: al margen de la sociedad trabajan Proust, los poetas ingleses (Coleridge), Paul Valéry y Saint-John Perse. El arte al margen, que después se llamaría de “evasión”, degenera casi siempre en esteticismo, exquisitez, minoritarismo crítico y un estéril y “dannunziano” morir por epatar. Contra la sociedad trabajan los anarquistas y los poetas malditos. El poeta maldito es una fuerza centrípeta que se diferencia del anarquista en que no destruye o trata de destruir a la sociedad, sino que se destruye o trata de destruirse a sí mismo, frente al mal como purificación que es el anarquismo, está el mal por el mal, que es la mística explícita e implícita de los malditos y que más tarde razonaría André Gide —un maldito sin nervio para serlo, un maldito tardío—.
El maldito viene a ser un ser desarraigado, un desclasado, un ser que sufre complejo de autodestrucción y que hace de ese complejo y de esa destrucción su obra de arte. El maldito es con respecto a sí mismo, un tarado en algún sentido y, con respecto de la sociedad, una fuerza disolvente.
La autodestrucción es un suicidio con cámara lenta que permite al maldito hacer su obra, iluminada por relámpagos hasta terminarla violentamente o dejarla inacabada.
A partir del siglo XIX, nace una gran raza de grandes inadaptados que hace precisamente de su adaptación una mística y una estética. Ha nacido el arte maldito, su nómina es tan obvia como impresionante: Artaud, Allan Poe, Dylan Thomas, Mayakovski, Nerval en la poesía, en la pintura Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Modigliani, Gauguin, Munch y en la música Chopin, cito por ejemplo.
Los aires de reforma y revolución siempre llegaron a España de manera más diluida, menos vigorosa. Sin embargo, en algunos escritores como Espronceda, Larra, Quevedo, Valle-Inclán y Lorca sí que podemos observar algunos rasgos malditos.
Los escritores aparecen como benditos o malditos ante una estancia, un poder que les castiga o premia. Los poderosos ofrecen un pacto de salvaguardia a los débiles y amenaza a los rebeldes. A veces el escritor rebelde se vincula demoníacamente y cae al Index de lo prohibido hasta que sea un signo.
A Dicenta, le viene de familia la raíz literaria y humana que se hunde en teatro, la literatura y la bohemia, y él ha sabido encontrar entre aquella turba, perfiles como el de Bonafoux, un gran periodista hoy olvidado. En estas Nuevas luces de bohemia llenas de sombra, destacan figuras como Alejandro Sawa, Manuel Paso, Pedro Barrantes, Pedro Luis de Gálvez, Vidal y Planas. En España se mueve entre el romanticismo tardío el desastre del 98.
Larra, Espronceda, Zorrilla y Rivas tienen el ademán del romántico europeo.
La bohemia entre dos siglos se prolonga hasta nuestra Guerra Civil, está configurada por figuras ilustres como Carrere, González Ruano, Rodríguez de Rivas, postrománticos de postguerra. Los bohemios que Dicenta estudia en el libro de Sawa a Gálvez, son quizás los más empecinadamente bohemios, los legitimistas del hambre, y Sawa se ha salvado brillante por la magia de otro gran maldito, Valle-Inclán que se erigen en protagonistas de Luces de bohemia.
Del mismo modo que Novalis cantó a la Noche con mayúscula, a estos noctámbulos se les olvidó cual era la causa que defendían y si la conocieron.
Eran románticos inerciales que sabían que había de llevar la rebeldía, el hambre, la soledad, la intemperie, el alba y la protesta más allá de su límite y funeral. Quizás intuía las razones que tuvo Nerval para colgarse de un farol parisino, las razones o sinrazones que tuvo Mayakovski para pegarse un tiro, las razones que tuvo Larra para matarse ante la imagen de un espejo. Todos ellos practicaron el suicidio lento.
Para analizar el movimiento de renovación artística que surgió en Francia en los años de 1880 y establecer los fundamentos de la rebeldía, la crítica y la originalidad creadora y la sensibilidad decadentes será importante definir esta palabra. Cataloga la nueva sensibilidad estética que está abriendo camino en ciertos sectores de la juventud inconformista. Los cronistas de la época, por ligereza, desprecio o incomprensión, continuaron empleando esta cómoda etiqueta de matiz peyorativo y despectivo. Ahora bien muchos de estos poetas aceptaron llamarse así para marcar con ironía y rebeldía, su distanciamiento frente a los valores establecidos y frente al tipo de arte y de literatura que predominaban en la época. En 1884 aparece la novela À Rebours acogida con desprecio pero con un refinamiento exigente del personaje de Des Esseintes. Huysmans hacía una valoración de la calidad estética de autores como Baudelaire, Corbière, Mallarmé y Verlaine.
Existía otra corriente dentro de la poesía francesa. Esta corriente, “paraísos artificiales”, descubre lo que tiene que ser la misión del poeta moderno: hacerse vidente, emprender una metódica y desquiciada exaltación de la sensibilidad, y llegar hasta la alucinación.
A pesar de lo que pueda decir Max Nordau que en su voluminoso estudio titulado Degeneración trata de psicópatas, neuróticos, degenerados y diabólicos, a los decadentes y a los simbolistas se trata de una sensibilidad morbosa y degradada.
Baudelaire establece una serie jerárquica de movimientos anímicos, unos grados para llegar al Parnaso, partiendo de una primera ascesis. Y si el poeta es esencialmente otro la ascesis requiere que, con la muerte, el cuerpo conserve su vida. A esto Baudelaire lo define como espíritu. Establece como primera escala la inmolación del primer yo disimulado bajo el disfraz del dandy, con esta primera castración se conserva la posibilidad de seguir viendo sin ser visto, perdido en la masa y conservado en el porte. Da cuenta de sucesos cotidianos y banales imponiendo modos efectivos de disolución.
El segundo grado será el sexo trabajado convenientemente. Baudelaire habla de las mujeres como herramientas cuyo uso permite la visión de un camino interesante. Ese camino lo simboliza con el nombre de Satanás, las mujeres aproximan a Satanás porque animalizan y ponen en una situación inhumana al investigador. Pero no todas las mujeres, sólo aquellas que carecen de todo componente humano. La mujer natural es abominable. Baudelaire en su obra Mon coeur mis à nu, comenta que la invocación espiritual a Dios es un deseo del ascenso y la invocación a Satanás es la alegría del descenso. Con esta última debe de relacionarse el amor hacia las mujeres y las conversaciones íntimas con animales, perros y gatos. En la relación sexual, el dandy pierde su protección y se enfrenta desnudo a la adversidad. El amor es para Baudelaire la necesidad de salir de uno mismo. Es posible que Baudelaire fuera impotente como sugieren algunos biógrafos pero tuvo una vida sexual implicada en un proyecto. Consideraba que lo esencial de las mujeres era no saber separar el alma de su cuerpo y las tildaba de simplistas como animales. Admiraba a las mujeres por lo que eran, animales en estado puro y quería que no cambiasen nunca para conservar su diferencia.
Es preciso medir el rendimiento intelectual que proporciona, el dandy desnudo tiene la oportunidad de pasar al lado satánico de su existencia.
Convirtiéndose en un animal, investiga por vía negativa los límites de ese yo que quiere aniquilar. La voluptuosidad del amor consistirá en hacer el mal.
El animal seguro de su mismidad precisa una comprensión viva de la muerte, la experiencia de una personalidad desaparecida y presente. Derivado de este planteamiento es el interés hacia los psicóticos. Otras locuras han sido revalorizadas como prestigiosas. Hölderlin es terminación del tronco que se desarrollaba en la vida de Baudelaire. En aquella época el loco era un pedazo de carne con forma humana. Baudelaire, no pudiendo echar mano de la locura, establece como tercera escala el vino y las drogas, llamando a tales estados “paraísos artificiales”. Son huellas de la salvación, buscando en territorio de Satanás lo posible. Es una transgresión buscando el infinito.
La embriaguez es un estado inestable ya que la ebriedad no puede mantenerse indefinidamente porque ya no sería una experiencia humana, sino una locura sin retorno.
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