22 de octubre de 2013

Carta al director publicada el cinco de octubre de 2013 en el Heraldo de Aragón



Estoy indignada. Cuando no puedes andar con los pies la ciudad se convierte en un lugar inhóspito y desapacible. Multitud de tropezones y golpes empujando una silla de ruedas por falsas pendientes y rampas interminables y empinadas me llevó a escribir una carta para el Heraldo. La primera versión que ofrezco es la original. La segunda es la misma pero tal y como salió publicada en el diario (con algunos cambios y modificaciones; también más breve). Lo que importa es que mi crítica a las instituciones y mi tono irónico e irritado pero contundente se conserva.

La discapacidad: una barrera para todo.

Generalmente no me gusta escribir en primera persona y mucho menos sobre un caso absolutamente real pues por raro que parezca esta pesadilla no la he soñado sino que la estoy viviendo. El titular de este artículo podría ser dos discapacitados unidos por el amor pero separados por multitud de dificultades y de barreras no solamente arquitectónicas.

Una entrevista: un punto de reflexión introspectiva y de meditación sobre la creación literaria


Entrevista realizada para Rey Ardid por el usuario Luciano Bergua y por el voluntario Chechu Segué.

1. ¿Quién te influyó a escribir tu primer relato como escritora?

A ciencia cierta no lo sé. Desde muy pequeña sentía la necesidad de que me contaran cuentos. Era casi una obsesión. Prefería los cuentos que me narraba mi padre a los que me contaba mi madre, hiperbólicos, exagerados, porque los cuentos de mi padre eran inventados y se inspiraban en la naturaleza. De niña también me gustaba idear historias con mis clicks de Famobil. Estas historias a veces eran monólogos discursivos sobre la vida, el entorno, etc. Entre los ejercicios escolares yo prefería realizar redacciones o escribir cuentos que no versaran sobre temas tópicos como las vacaciones, la Navidad... No me gustaban las redacciones que versaran sobre un tema determinado porque frenaban mi creatividad y mi impulso de escribir sobre lo que en ese instante me hacía vibrar, me estimulaba o me inquietaba. Me sentía más libre así. De muy niña tampoco me disgustaban las ciencias pero prefería fantasear que ponerme a resolver un problema de matemáticas. Se puede decir que nadie me influyó, que había un gusanillo dentro que fue realimentándose progresivamente y que mis hermanos apoyaron.