29 de diciembre de 2013

No hay nada exacto



Se conocieron en un reservado. Él estudiaba Exactas desde hacía siete años y ella daba clases de literatura irlandesa en la Facultad. Él no sabía que la mirada brillante de ahora era fruto de un porro y de tres litros de alcohol. Él no sabía que ella nunca dormía (dos siestas de veinte minutos y se acabó). Él no sabía que ella revelaba fotos en blanco y negro de gatos atropellados bajo las ruedas de cualquier vehículo de automoción. Él no sabía en realidad nada, nada que pudiera interesarle (salvo que trabajaba en la Facultad) cuando se metió en su casa y en su cama.

8 de diciembre de 2013

Relatos sobre la locura. I.- Mala conciencia



Cientos de objetos dispersos en cada rincón de la casa me amenazaban con su sólido estatismo. Mi madre había decido revestir cada hueco, cada tejido libre con figurillas, paragüeros, muñecas de porcelana, cojines, cajitas de bambú... Su horror al vacío le impulsaba a comprar cada uno de los fragmentos de naturaleza muerta que ahora saturaban la casa. Apenas podías moverte. Yo me iba atrincherando cada vez más adentro hasta quedar arrinconada en mi cama, sofocada y ahogada por los bultos indecorosos que me reducían a un ovillo arrugado e insignificante.

No éramos Cortázar


“¿Tienes un minuto?” “No.” “Un minuto, ¿eh?, sólo un minuto.” “Un minuto cuesta dinero.” “Te lo compro.” “¿Cuánto pagas por él?” “Ponle tú precio.” “Veinte el minuto y dale.”

¿Es verdad que lo viví?



Eran días de insomnio. Él dormía arrebujado bajo una fina manta, indiferente. Su cuerpo ya no me hablaba, sus palabras se diluían gastadas y vacías, su mirada no se reflejaba en la mía, una tupida columna de humo cegaba los ventanales donde me asomaba para respirar. Mi sensualidad pervertida buscaba belleza fuera de tópicos y de lugares comunes. Y la buscaba porque necesitaba sentir bonito, reconciliarme con mi yo disperso, perderme en la transparencia de una gota o en la mirada callada de mi perro. Llevaba días así, floja, inmóvil. Sin embargo, cuando aquella mañana el reloj dio el saetazo de las siete y media, bajé a la calle. Una bofetada de viento me humedeció los ojos de lágrimas de escarcha y mi cuerpo se negó a caminar. En vez de sentir que ir en contra del viento era transformarse en rebeldía de formas me zarandeaban sus puños de hielo. En vez de sentir que mis pasos tropezaban unos con otros hollando callejas de nómadas y viajeros me veía tan ligera de equipaje que me sentía desnuda. La cafetería que humeaba chocolate con churros me parecía un antro de borrachos sin poesía en los labios. Unas vendedoras-pedigüeñas que enarbolaban “La Farola” a un centímetro de mis ojos, con gracejo pegajoso, no eran para mí más que un atajo de abusonas.  Querían encasquillarme todos los ejemplares de la misma tirada... Era difícil navegar entre estelas o inventarse una propia pero... de repente... ocurrió algo: una inquietud nerviosa me empujó a andar los pasos desandados para empaparme de la fascinación de aquellas pupilas embelesadas que soñaban marejadas por calles y escondites. No sé por qué me inquietaba ver lo que aquella gente cargaba en bolsones y voceaba como chollos. Imaginaba que iba a encontrarme con algo nuevo, nunca repetido y jamás vivido. Caminaba al ritmo de esos sueños alocados que te arrastran, dando saltos y volteretas, por los precipicios del placer. Y es que me contagiaba el ritmo agitado de la gente, sus pies bailones, esa risa contagiosa que sólo una mirada puede expresar. Fui yendo hacia ese lugar de encuentro donde algunos ya se despedían y otros se rascaban el bolsillo. Me adentré en lo que parecía el vientre de una ballena con chapoteos de agua de cristal en medio del océano. Era un rastro tendido como una alfombra de objetos dispersos, un rastro en el que ríos de gente desfilaba en grupos, un rastro de gitanos, quinquis, payos y aficionados que saboreando un café humeante te narraban historias de la alquimia. Aquel objeto, manchado y sucio, tal vez perteneciese a una estirpe de hombres guerreros, de caballeros andantes, de damiselas de espejo y tocador. Aquella vieja guitarra desclavijada tal vez albergase en su entraña el profundo quejido de un músico a punto de escribir su réquiem. Aquel reloj sin saetas podía marcar la hora perfecta de una existencia infinita. Y aquel vestido de época, ¿lo habría vestido mi abuela o una eterna desconocida que viajó por la vida alocada y feliz y que al sentirse cansada se desnudó para siempre?

29 de noviembre de 2013

Soy republicana


Soy republicana, lo llevo en los genes. Mi bisabuelo fue alcalde de bandera morada y de formación obrera. Mi bisabuelo fue albañil de castillos de arena y de libreta en el bolsillo, se fotografió junto al nuevo Ayuntamiento, reunió a los suyos y apostó por una revolución pacífica. No le mataron las balas ni la guerra, le mató el tabaco. Mi padre vivió una infancia triste y llena de melancolías de otro tiempo y de otra época, tiempos y épocas de miserable posguerra en la que ya los discursos y mítines de cultura para el pueblo y por el pueblo, de fiestas taurinas suprimidas por la Barraca de Lorca y de Cernuda, por el espíritu del libro y de la pintura global que burbujeaba en la conciencia de los nuevos pensadores, pensadores anarcas o comunistas, sin Cristo y sin bandera de condecoraciones militares, de fusiles apuntando a la cabeza, trazaban arquetipos de escuela y talleres de enseñanza libertaria. Yo no soy como tú, bisabuelo de la ilusión y de la utopía, yo hubiera quemado conventos y degollado a sacristanes, yo hubiera tomado las armas y hubiera apagado cigarrillos a escopetazos, por el puño y por la sangre. Por mis venas, como por las de Machado, corre sangre revolucionaria y jacobina, pero mi prosa no brota de manantial sereno. Yo no soy como tú, antepasado desdibujado de rasgos afilados como acero que no corta. Yo no hubiera escrito discursos sino océanos de tinta roja, hubiera correteado por las cárceles, calva y con el delantal bermejo alocando a las presas con oráculos febriles de un mañana que no podía morir sin dejar viva la simiente de una España dividida y estrangulada que debía reaccionar ahora. Yo tampoco toreo toros ni visto de fiesta nacional ni participo en fiestas vulgares de borrachos mediocres que beben de Rioja y escupen longaniza. Yo también hubiera querido aprender una cultura sin opio ni sotana que tal vez me enseñara tu hermano, maestro de carreta y de aldea que andaba por los caminos con la mula llena de Sancho Panzas y Quijotes, que vestía los campos de estelas pintadas en la nada y que otros encharcaban de chacales de sangre y zancadilla, pero antepasado de ojos tristes de negrura, yo también llevo mi revolución dentro y aún en los días de noche espesa como ésta, sueño con un país grande en el que cuelgue la enseña de la República de los que no se dejaron vencer ni ablandar ni tan siquiera por monjitas que luego apedrearon tu rebelión democrática. Sí, ¿lo recuerdas?, fue en la procesión de un Jesús mártir que alzaron y levantaron en tu puerta cantando misa de gloria para los nacionales. Te querían colgar a ti también del madero, apuñalarte con clavos de misal y miserere y hacerte escupir lo que ellas llamaban tu “atrevido ateísmo”. La necedad de mi padre, heredero tuyo, me llevó a conocerlas. Me enseñaron a masturbarme en clase de religión, a estudiar el latín de Virgilio o de Plauto en horas de rezo o sumisión, a no tragar la hostia como pan que me da hambre de otras almas, a desnudarme de tapujos y zarandajas, a no vestir de marca, a leer a los prohibidos y excomulgados, y a descubrir entre verso y verso el grito de tantos como el Ché o Abraham Lincoln. Yo también, aun vencida y hechos jirones mis sueños, he compartido vuestros anhelos, me he levantado del suelo, he mirado con mal de ojo al capitalismo y sus escaparates, he volado entre nubes otoñales mientras cientos de hojas muertas caían en mi frente y aun marcada y sellada para siempre he luchado por la libertad de mi cuerpo y de mi mente. Por ese escapar de la enfermedad y de la atadura, con el puño libre y sin bandera, con letras de colores chillones, con jaulas de manicomio abiertas para el idealismo, por la caída de cualquier cacique, por la democracia de creencia, expresión o sentimiento y por el llanto turbulento de los que se caen del vacío. 

Bocanada



Era mi última noche allí, en ese lugar orillado por el desequilibrio y la náusea. Por fin iba a salir, con el alta o sin ella, de aquel psiquiátrico maldito, de aquel edificio atestado de ventanucos que me asomaban a un falso paraíso artificial. Había paseado mucho por todas esas calles simétricas y ajardinadas que configuraban mi único marco exterior. Pero ese marco era tan frío, tan perfecto, tan rectangular que parecía, dudo si realmente lo era, una jaula vestida con el mismo decorado que el de un patio escolar o un belén navideño. Nada de magia, nada de luz azulada, nada de brillos ebrios de bohemia, nunca nos dejaban trasnochar para transformar con los ojos de la oscuridad ese aséptico verdor en un selvático panorama interior.

Caligrafía numérica





Un microrrelato de Luis Carlos Orús


Paula tenía un día ajetreado: se había levantado a las 6 de la mañana, se duchó con agua caliente, se secó con fruición y de forma desaforada; ya estaba lista para prepararse el desayuno, rico en fibra y vitaminas. Paula tenía la costumbre de prepararse un gran zumo de naranja natural y de tomarse un gran vaso de café, de ese que quiebra las aletas de la nariz cuando se aspira. Realizó sus ejercicios de gimnasia y empezó a estudiar el curso de inglés de forma rutinaria; le aburrían tanto los ejercicios de inglés que no conseguía avanzar en el idioma de Shakespeare.

Locura y malditismo en la poesía y el arte

José Carlos Rincón Sancho, licenciado en Filología Hispánica: Una visión de los malditos.




Rubén Darío defendió la sensibilidad decadente y el mensaje del simbolismo en sus ensayos de 1896-1905 con el título de Los raros. Destaca su admiración por Verlaine, Villiers de L'Isle Adam, Richepin, Moréas, Rachilde, Paul Adam.
Con el término raro se designa a personajes extraordinarios, poco comunes o frecuentes, singulares en su clase o especie, insignes, sobresalientes y con propensión a singularizarse y a ser extravagante de genio.
Este libro sigue la estela de Los poetas malditos (1883). Ilustra el concepto de maldito con ejemplos como Corbière, Rimbaud y Mallarmé.

22 de octubre de 2013

Carta al director publicada el cinco de octubre de 2013 en el Heraldo de Aragón



Estoy indignada. Cuando no puedes andar con los pies la ciudad se convierte en un lugar inhóspito y desapacible. Multitud de tropezones y golpes empujando una silla de ruedas por falsas pendientes y rampas interminables y empinadas me llevó a escribir una carta para el Heraldo. La primera versión que ofrezco es la original. La segunda es la misma pero tal y como salió publicada en el diario (con algunos cambios y modificaciones; también más breve). Lo que importa es que mi crítica a las instituciones y mi tono irónico e irritado pero contundente se conserva.

La discapacidad: una barrera para todo.

Generalmente no me gusta escribir en primera persona y mucho menos sobre un caso absolutamente real pues por raro que parezca esta pesadilla no la he soñado sino que la estoy viviendo. El titular de este artículo podría ser dos discapacitados unidos por el amor pero separados por multitud de dificultades y de barreras no solamente arquitectónicas.

Una entrevista: un punto de reflexión introspectiva y de meditación sobre la creación literaria


Entrevista realizada para Rey Ardid por el usuario Luciano Bergua y por el voluntario Chechu Segué.

1. ¿Quién te influyó a escribir tu primer relato como escritora?

A ciencia cierta no lo sé. Desde muy pequeña sentía la necesidad de que me contaran cuentos. Era casi una obsesión. Prefería los cuentos que me narraba mi padre a los que me contaba mi madre, hiperbólicos, exagerados, porque los cuentos de mi padre eran inventados y se inspiraban en la naturaleza. De niña también me gustaba idear historias con mis clicks de Famobil. Estas historias a veces eran monólogos discursivos sobre la vida, el entorno, etc. Entre los ejercicios escolares yo prefería realizar redacciones o escribir cuentos que no versaran sobre temas tópicos como las vacaciones, la Navidad... No me gustaban las redacciones que versaran sobre un tema determinado porque frenaban mi creatividad y mi impulso de escribir sobre lo que en ese instante me hacía vibrar, me estimulaba o me inquietaba. Me sentía más libre así. De muy niña tampoco me disgustaban las ciencias pero prefería fantasear que ponerme a resolver un problema de matemáticas. Se puede decir que nadie me influyó, que había un gusanillo dentro que fue realimentándose progresivamente y que mis hermanos apoyaron.

27 de septiembre de 2013

Fragmento de una obra inacabada



Aún retumban aquellos timbrazos en mi cabeza. Yo andaba sumergida en una nube de sueño, de vaho espeso que me hacía flotar en la indolencia del abandono más absoluto. Siempre que duermo acompañada me ocurre. El insomnio se esfuma. El calor recorre mi cuerpo, mi vulva gelatinosa se abre y mi amante me acuna en un suave balanceo. Pero aquella mujer, vestida de ejecutiva moderna, con traje y corte de pelo masculinos, el pelo negro azulado, muy corto y una mirada incisiva me sacó de la cama. Yo la miraba con expresión dubitativa e interrogante, esperando algo, tal vez una respuesta al porqué de su visita.
-Soy de asuntos sociales. He venido a formularle algunas preguntas y a contrastar mi información con la suya, pero ya veo... -giró la cabeza para contemplar todo lo que había a su alrededor-. Piense bien lo que dice. Eso le condiciona. Mi primera y puede que última impresión es que usted no puede vivir así.
Mi compañero nocturno, Allan, un negro de enormes ojos azules y cabello rubio (teñido) seguía durmiendo. Por lo visto los ruidos no le importunaban. Parecía un bebé abrazado a la almohada, con la boca muy abierta y el rostro completamente relajado, casi dulce. La trabajadora social (al descubrirme mirándolo de reojo) quiso averiguar si éramos pareja estable o simplemente amantes ocasionales.
“Lo conocí ayer. Parecíamos dos náufragos en la noche, perdidos, desorientados, desubicados...”
Traté de darle una entonación poética a mi discurso, suavizando la voz (esa voz ronca de borracha tabacosa) pero poco a poco, como siempre, fui metiéndome en el papel, confundiendo la realidad con la ficción, las luces del escenario o los focos de una ambientación decimonónica con la tenue luz del corredor.
-Allan quiere abandonar el top-manta, tiene..., algunas “ideas.”
-¿Qué ideas?
-Sí..., decorados, ya sabe, le gustaría ser decorador. Amplios espacios que recrearan atmósferas, viajar sin moverse de casa, un paisaje tropical, dunas en el desierto, nevadas en montes difuminados por la niebla, piedra cubierta de manantiales verdosos..., un recinto donde fuera posible cambiar de escenario y de clima para disfrutar de lo exótico y de lo prohibido.
-¿De lo prohibido?
-Bueno..., tal vez debería haber dicho de lo “inaudito”.
-Pero ha dicho: prohibido.
-Últimamente no me llevo muy bien con el lenguaje. Quería decir que...
-Sí, lo prohibido nos atrae a todos, es una vieja idea bastante manida, no me importa mucho lo que piense hacer Allan. Lo que quiero saber es qué va a hacer usted.

[...]


26 de septiembre de 2013

Nieves Marquina me dibujó la sonrisa

Nos conocemos de Rey Ardid. Yo trabajo allí y ella es voluntaria de la actividad de Dibujo y esencia. A menudo me fijo en cómo Nieves Marquina les enseña a los alumnos que pintar no es sólo emborronar un lienzo con grumos de pintura que más que representar figuras son meros manchurrones indefinidos. Para pintar hay que saber dibujar al igual que para escribir hace falta haber leído mucho.
Atraída por los lienzos que dibujan (y colorean) sus alumnos y por su calidad humana (también les enseña a ser ordenados, metódicos y limpios con lo cual a mí me evita el trabajo de dejar en su sitio un batiburrillo desordenado y revuelto de pinceles, espátulas, gomas de borrar, carboncillos...) fui un día a su estudio y me quedé impresionada. Junto al puente de piedra, muy cerquita del Ebro, puedes encontrar un pequeño paraíso del trazo, de la línea, del color, de la belleza... Impresionantes sus retratos. Es como sentirse en el centro de una sala y que los ojos de decenas de personas te miren con las púpilas pintadas de pastel. Pero no sólo destacan sus retratos sino todos aquellos paisajes colgados de la pared que, inevitablemente y sin que te des cuenta, te arrastran hacia atmósferas y ambientes que jamás has transitado y que te gustaría tocar con los dedos. Algún día volveré allí con mi cámara de fotos y, si ella me deja, colgaré de mi página alguna imagen suya.
Valga como muestra de su creatividad y de su capacidad de penetración esa media sonrisa que siempre cuelga de mi boca y con la que me identifico plenamente. También la altura de mis ojos. Uno siempre mira por debajo del otro aunque los dos sepan interiorizar los paisajes urbanos y rurales de esta tierra mía y de otras muy lejanas que ha plasmado Nieves con sus dedos de pincel. Sí. Soy yo. El rostro del retrato me delata. Hoy, al observarlo, me ha preguntado: "¿Cómo es que nos parecemos tanto?" La respuesta es que ambas estuvimos juntas en el estudio de Nieves Marquina y nos fundimos en una sola. 



23 de septiembre de 2013

Regalo de Realidad Imaginaria en papel

Realidad Imaginaria es un lugar de encuentro (el nuestro) entre la fantasía y la razón, lo soñado y lo vivido, lo certero y lo inesperado.
Quiero que hablemos de literatura, de una simple frase, de una imagen visual u onírica. ¿Por qué no intercambiamos nuestros textos? Yo te regalo mi libro, tú me envías tus poemas, relatos, fragmentos, etc. Y a través de una distancia muy cercana (como si estuviéramos en una cafetería con mesas de mármol, sillas de madera, guitarras viejas colgadas de las paredes, recortes de prensa y fotografías de escritores y artistas empapelando el recinto) charlamos de inquietudes y proyectos que pueden ser nuestros. Con Realidad Imaginaria yo fui joven, despierta, experimental, innovadora. Desgraciadamente esa creatividad tan viva e intensa se va volviendo menos espontánea. Por eso una vez que nos conozcamos a través de los textos intercambiemos ideas para construir toda una cosmología literaria. Ten en cuenta que mi mirada se fija en una parte de la realidad y que la tuya puede mostrarme la parte que queda oculta detrás de mis ojos. Acepta mi regalo. Sólo tienes que enviarme tus datos postales en un correo electrónico (elespejoasimetrico@gmail.com) aunque antes, si no te importa, me gustaría leerte a ti también. Basta con que me envíes tus textos a través de Internet. El envío de mi libro a tu dirección no tiene gastos postales.
Tal vez te preguntes ¿y por qué me regala su libro? La respuesta ya te la he dado antes: abrirme a todo tipo de literatura porque todo puede ser literaturizado, tratado de forma artística y expresado con gran belleza (lo feo también puede resultar hermoso y despertar un horror que sólo podemos experimentar si somos sensibles a la realidad de la ficción).

7 de septiembre de 2013

Película recomendada La mejor oferta: la trama de una estafa emocional


Hay muchas personas que, por carencias afectivas, buscan fuera de casa, de su trabajo o del entorno en el que parecen moverse cómodamente una familia ficticia o una ilusión amorosa que les haga felices. El error es que como mínimo esas personas caen en el engaño, en la burla de los demás y en la trampa que les han tendido. El resultado: una nueva muerte psicológica. 
Todos hemos tratado de "comprar cariño" con regalos, concesiones, favores... Lo único que se consigue es que se aprovechen de uno y que terminen dejándolo aún más solo que antes.

Música en la mochila y la novela picaresca



La protagonista de Música en la mochila es, en cierto modo, una pícara. Desde el momento en que rompe con su pasado burgués inicia una andadura no exenta de encuentros y reencuentros en busca de una identidad propia que verá reflejada en su padre y en la literatura. No se trata de una literatura académica ni marginal. Ella es una "busquiña" de libros viejos, raros, curiosos... que tendrá que pagar muy caro su aprendizaje. Escenarios comunes son el rastro, las librerías de viejo y las suntuosas viviendas de ancianas mojigatas e ignorantes que acumulan en sus anaqueles auténticas joyas de la bibliofilia mezcladas con misales, catecismos y obras de propaganda falangista. Nuestro personaje irá escribiendo su propia historia con tinta roja, se formará como autora de sus propios textos, descubrirá en la locura de su padre y en la música del silencio de su amante la cordura que necesita y el ritmo que acompasará cada uno de sus pasos para sobrevivir con ironía y humor en el viaje de su existencia.