23 de abril de 2012

Cómo se fraguó Música en la mochila

Zaragoza, 2007. Han pasado los años y sigo cantando con la voz de Amaral (sigo sin encontrar mi lugar en el mundo). Sin saber muy bien dónde me meto y engañada por un par de socios creo y costeo una pequeña ratonera de libros en la calle Fuentes de Ebro con el nombre de Librería El Trastero. Sin ningún sentido comercial y a pesar de la edad (que ya es pura idiotez) sigo venerando el libro como texto y no como objeto. Entro en contacto con los submundos o inframundos del rastro, con la compraventa de bibliotecas, con los libros viejos que a pesar de ser viejos no valen nada (clericalla, derecho, medicina...) y con los libros nuevos que aún están por nacer y cuyo valor prefiero que radique en la belleza y disfrute de una lectura íntima y reflexiva ( a ser posible también cómplice con el autor) que en el de unos cuantos billetes. Cinco años de experiencia en mi librería de viejo dan para mucho: para amar lo que no vale dinero y para dar valor a esos libros comunes que se encuentran en cualquier librería y cuyo trasfondo interior armonizan con mi propia música. Sin embargo también descubro la belleza de encuadernaciones antiguas y el fetichismo de libros extinguidos o inencontrables (pasta española, pergamino, los tejuelos, el papel biblia, las miniaturas de libro de Ediciones Pulga y crisolines, las ediciones curiosas, los libros prohibidos durante la dictadura (marxismo en Ruedo Ibérico o en libros editados en la antigua Unión Soviética), las obras completas de un autor de culto en ediciones de lujo, la estética “disonante” de revistas descatalogadas y muy viejas con su publicidad alambicada y sus anuncios pastel, la geografía mutante de mapas antiguos, los grabados, pirograbados, láminas, etcétera). Me duele vender mi pequeña biblioteca de estudiante pero así es como empiezo y casi como termino. Añorando los libros (en rústica, sencillos por fuera) que viví y dejando el capricho para los coleccionistas que almacenan libros en las estanterías sin mucho sentido. Y mientras ando trasteando con los tomos de reventa escribo en mi guariche no la que sería mi primera novela sino mi primera novela publicada.

Música en la mochila es una mezcla de crítica social, de novela intimista, de introspección reflexiva, de rebeldía, de búsqueda interior, de despliegue hacia el mundo real, de humor y parodia, de caricatura de instituciones viejas y anquilosadas. Un personaje anónimo (que no tiene nombre propio y que podríamos ser todos) se rebela contra el destino que le ha sido preestablecido, lucha contra las convenciones sociales y encuentra su verdadera identidad (y su verdadera vocación). Publicar con Mira Editores fue muy gratificante. Lo mejor, mi relación con Berta Sariñena, una excelente profesional y un extraordinario ser humano. Todos sabemos que los autores nos autocastramos de tanto corregir y pulir y Berta fue sumamente respetuosa con mi afán perfeccionista de releer y volver a reescribir la historia aunque fuera apurando un plazo tras otro. Lo peor las circunstancias personales que tiñeron de sombras y de confusión aquella etapa de mi vida. Por eso desde este pequeño espacio quiero agradecerle a Berta Sariñena toda su comprensión y pedirle perdón por un comportamiento que sólo puede ser justifica desde la enfermedad y la negrura. Titulé mi novela Música en la mochila para darle el sentido de ese viaje que todos realizamos en la vida portando como único equipaje nuestra melodía interior (en esas raras ocasiones en las que nos sentimos libres). Berta Sariñena me dejó elegir la portada y escogí un cuadro de Arcimboldo (El bibliotecario) porque mi libro también es un libro de libros y de raros bibliófilos y maniáticos de la literatura como esencia y como presencia. La novela está dedicada al que sigue siendo mi ingenuo Luismi y a Bronco, ese perrillo que ya cruzó la frontera de la vida y que nunca me juzgó por las apariencias y por mi inestable desequilibrio. A ese perrillo que como reza la propia dedicatoria supo olfatear mi rastro aunque no dejara ninguna huella le dediqué también (porque la muerte nos sobrecoge pero no nos sorprende) un relato que incluiré en este blog si algún día puedo reconstruirlo.
Postdata: agradecimientos sinceros y muy especiales a Berta Sariñena y a Joaquín Casanova por haber comprendido la gravedad de mi estado mental cuando se publicó Música en la mochila, por su infinita paciencia pues agoté todos los plazos de corrección de la novela y por creer en una autora desconocida y anónima.






Extracto de Música en la mochila

Los primeros soles de la mañana me despertaron calentando el ventanucho de la habitación con rayos de luz blanca y lechosa. Había grumos de luminosidad, de brillo, como fragmentos cristalizados de una estrella errante que cegaban mis ojos y le daban resplandor a mi piel. Estaba encerrada en aquel cuarto novelesco, rodeada de tantas hojas de papel y de tantos decorados de antaño que me sentía prisionera. Pululaba por un escenario que bien podría ser el de una escena teatral; aquel ámbito literario salpicaba escenas dramáticas y cómicas en destellos de papeles amarillentos, en sillas o taburetes de cuero, en hornacinas que albergaban cántaros y vasijas, en telas y sábanas bordadas con iniciales, en detalles mínimos como planchas, cajas de bambú, figurillas de filigrana, tabaco de picar y un largo, esponjoso y nutrido etcétera. Aquel ambiente me interpelaba en forma de interrogante, ¿sufriré un contagio, una contaminación con tanto libro ya descatalogado?, ¿absorberé tanto paisaje recubierto con carteles y publicidad de otro tiempo (de un tiempo que ya no viví) pero que parece pertenecerme ahora? Prendí un cigarrillo y tras esa espesa humareda de nicotina lo vi todo polvoreado de irrealidad, de inexistencia, de alegórica fantasmagoría. Me sentía bien así, en parte real, en parte inexistente. No había bebido ningún sorbo pero me embriagaba aquel marasmo. Hubo una transformación en mí, un cambio, ya no me sentía presa. Poco a poco me fui liberando de mis ataduras más íntimas. El desordenado amontonamiento de presencias mudas me acompañaba, me aproximaba, me daba señales de cercanía... [...]

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